Cuando empezó a correr sentía una suave brisa sobre su nariz, y mientras más rápido corría, más viento lo acariciaba. Era como tener mil manos suaves y frías sobre su cuerpo. Cuando hubo alcanzado su máxima velocidad esas manos empezaron a sostenerlo y, majestuoso, elevó su nariz en dirección al sol. Dentro de sí llevaba un poético soñador.
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