lunes, 8 de noviembre de 2010

Experimento trece

Ella caminaba tranquila hacia él, sus cabellos rojos en armonía perfecta con el blanco tostado de su piel, y lo verde del campo por el que avanzaba serena. Él verde y frondoso, de brazos fuertes y voluminosos prometía cubrirla mientras ella se enfrascaba soñadora en redactarle una carta de despedida a un conejo de pascua, que aún saltaba errático por el manzanal. Sentose con gracia bajo su sombra varonil, el aroma que él desprendía la hacía olvidar el mundo exterior, y sólo existían ellos dos, juntos, entrelazados, ella en sus brazos, su cabello en sus dedos. Como siempre, iniciaría la danza y el vestido blanco que ella portaba se desharía en diez mil gotitas que lo mojarían a él, calmándole la sed.

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